Corónicas de Españia. Blog de Eduardo Moga
Epéntesis (Del lat. epenthĕsis, y este del gr. ἐπένθεσις, intercalación): 1. f. Fon. Figura de dicción que consiste en añadir algún sonido dentro de un vocablo; p. ej., en corónica por crónica y en tendré por tenré.
sábado, 23 de marzo de 2024
Elogio del otro
domingo, 17 de marzo de 2024
Gesto. Revista de Literatura, Arte y Pensamiento
Juan Luis Calbarro lo ha vuelto a hacer. Si en los primeros años de este siglo lanzó, desde la remota, ventosa y unamuniana Fuerteventura, la exquisita revista literaria que fue Perenquén, ahora se acaba de inventar la no menos refinada Gesto. Revista de Literatura, Arte y Pensamiento, aunque esta ya no la publica con sus solas fuerzas, como aquella breve Perenquén, sino con el amparo del Instituto de Enseñanza Secundaria José García Nieto, de Las Rozas (Madrid), y del propio ayuntamiento de la ciudad. Prolonga, así, una noble tradición española de revistas literarias publicadas por centros de enseñanza media, como la mítica Carmen, creada y dirigida por Gerardo Diego en el Instituto Jovellanos de Gijón entre 1927 y 1928, a la que dieron poemas casi todos los integrantes de la Generación del 27 (y dos alumnos destacados del propio instituto y después magníficos poetas: Luis Álvarez Piñer y Basilio Fernández), o la asimismo legendaria Cuadernos del Matemático, que fundó y capitaneó, nada menos que durante treinta años, de 1988 a 2018, el profesor y escritor Ezequías Blanco en el Instituto Matemático Puig Adam de Getafe. Es digno de celebrarse que este nuevo fruto del espíritu renacentista, permanentemente inquieto, de Juan Luis Calbarro cuaje en un centro de enseñanza con el nombre de un poeta, José García Nieto, autor de una obra notable, fundador y director de la revista Garcilaso, ganador de algunos de los premios literarios más importantes de su (y nuestro) tiempo, como el Adonáis, el Nacional de Literatura (dos veces) o el Cervantes, miembro de la Real Academia Española, y también, al decir de sus viperinos contertulios del Café Gijón, “el poeta mejor peinado de España”. Gesto se presenta como una revista literaria, humanística y multidisciplinar, en la que la poesía tiene un papel protagonista, pero en la que tienen acogida también, y con holgura, la prosa, el ensayo, el aforismo, la traducción y la crítica. El apartado gráfico es escueto pero impresionante: el número 1 de la revista, amén de una cubierta espléndida —una reproducción del óleo Bajo la pérgola, de Oscar Bluhm—, cuenta con una fotografía, a página entera, de Luis Alberto de Cuenca, colaborador en este número inaugural, observando desde muy cerca, con la cabeza apoyada en la mano, la vera efigie de Francisco de Quevedo presente en su despacho de director de la Biblioteca Nacional cuando De Cuenca ejercía esta función, y otra imagen, también a página entera, de Ana Blandiana, la poeta y escritora rumana que contribuye al número con cinco poemas de su libro El ojo del grillo. Dado el carácter abierto, no sectario, de la revista, la nómina de colaboradores es amplia y estilísticamente plural. En la sección de poesía, encontramos a los españoles Luis Alberto de Cuenca, Teresa Domingo Catalá, Alfredo Rodríguez, Julio Marinas, Javier Pérez Walias, José Luis Gómez Toré, Santiago Alfonso López Navia, Regino Mateo y Concha García, y al dominicano residente en Nueva York Tomás Modesto Galán, entre otros; Moisés Galindo aporta un perspicaz ensayo sobre “Edgar Morin y Neil Postman: resistencia y combate” y Salvador Perpiñá, un muy interesante conjunto de reflexiones y estampas (sobre los museos, sobre las puestas de sol, sobre el Nemo de Julio Verne, sobre las casas abandonadas, sobre Venetia Burney, sobre los perros), agrupadas bajo el título de “Motivos de asombro”; la traducción de los poemas de Ana Blandiana corre a cargo de Viorica Patea y Natalia Carbajosa, que también vierte al español, con su destreza habitual, los cuatro poemas de la neoyorquina Lyn Coffin; y, en la sección de crítica, encontramos reseñas de libros de Susana Martín Gijón y Ernst Toller, firmadas por Toni Montesinos y Luis Felipe Comendador, respectivamente, de la última exposición de Yayoi Kusama en el Guggenheim de Bilbao, a cargo de Arturo Tendero, y del Festival de Literatura de Natura, celebrado en Vallvidrera (Barcelona) en otoño del 2023, del que da cuenta Carlos Gámez Pérez. Mi contribución al número ha consistido en una larga enumeración de escritores que padecieron toda suerte de enfermedades y desgracias, con la especificación de sus desdichas, que he titulado “Ser escritor no es fácil ni romántico” y que ya publiqué, abreviada, en dos entradas de este blog, del 3 y el 8 de septiembre de 2023 (y que todavía sigo escribiendo: los males y tormentos de los escritores a lo largo de la historia no conocen fin).
Transcribo a continuación uno de los poemas de Teresa Domingo, románticos, desgarrados, eróticos y visionarios, aparecidos en este número de Gesto:
Mi Amado, llegó el viento y el escándalo del viento. Se sobrepuso a la noche en que incidía. Se destapó la madrugada, se cernió sobre los pájaros. En ella residía el sortilegio que alguien dejó para buscarla, para sumergirse en su negrura, para abalanzarse sobre el fruto que en sus ingles nos dejó cuando galopaba en las oscuridades de su seno.
La noche viene como un espectro abandonado. Es una cita fantasmal, un ruego impío. La noche es la madre, la que nos da la leche de su parto, la que se mueve entre los cipreses que custodian a los muertos, y en ese incidir en la vida y en la muerte es como un nacimiento del amor, un acercarse a la ventana que mira la misma oscuridad que me refleja.
Me abandono a la penumbra. El ángel pasa. Deja su rastro con las alas. Se entumece en el mismo volcán que lo libera. Los atajos lo conduce hacia el cielo.
Eres pan de estrellas, el que pongo en mi mesa, el que devoro entre las pastas del dolor, y que enardece mi boca, el hechizo que revive en mi boca, nacida para el beso.
Mi canto se oye en las alturas. Es un cesar de plañir, olvidar las lágrimas, colocar el yeso en las junturas que unen el amor, saborear el sabor que en tus labios tienen las ventiscas, y en tu nieve dormirme dulce, y amanecer en la blancura.
martes, 12 de marzo de 2024
Mago Moga (con perdón)
Tres escritores y amigos, Juan Luis Calbarro, Christian T. Arjona y Moisés Galindo, a los que conozco desde hace muchos, muchos años (aunque nunca serán suficientes), han tenido la iniciativa, no sé si feliz, pero sí fraterna, de publicar un libro-homenaje sobre, y no deja de darme vergüenza escribir esto, mi poesía y sobre mí, con el título de Mago Moga. Una forma de querer —que ha sido coeditado por Los Papeles de Brighton y Libros de Aldarán, las editoriales que han creado y dirigen los dos primeros, respectivamente—, en el que han colaborado, cordial y generosamente, ochenta y seis escritores y artistas gráficos españoles y extranjeros. Ha sido, huelga decirlo, una sorpresa morrocotuda, que he celebrado, antes que como un homenaje literario, como un tributo de amistad. Me hace feliz contar con tantas personas que aprecian lo que hago y que quizá, también, aprecian lo que soy, a veces más incluso de lo que me aprecio yo mismo, y no puedo estar más agradecido a Juan, Christian y Moisés por haber urdido este reconocimiento (en el que han trabajado con abnegación muchos meses), que yo, desde luego, no me esperaba, pero que confieso me consuela no poco en estos tiempos de tribulación. Algo así reconforta tengas la edad que tengas, pero, cuando uno entra en la sexta década de vida, alienta un poco más. Esos tres ángeles sin alas (pero con barba) que son Juan, Christian y Moisés, los valedores del libro, no se han dado por satisfechos con idearlo, organizarlo y publicarlo, sino que también quieren presentarlo el próximo viernes, 15 de marzo, en uno de los espacios culturales más hospitalarios de Cataluña, el Espai Betúlia, de Badalona, cuyas actividades coordina el poeta José Antonio Jiménez Navarro, que algo tuvo que ver con el germen de la idea. Y yo lo digo aquí, para general conocimiento, porque, aunque sigue dándome vergüenza, no quiero dejar de acompañar a quienes, desde hace tanto tiempo y tan fraternalmente, me acompañan.
jueves, 7 de marzo de 2024
Algunos aforismos (II)
sábado, 2 de marzo de 2024
La noche luminosa: un poema de Jaime Siles
Al resplandor de ti, de mí, de todo
lunes, 26 de febrero de 2024
Tres escritores en el valle del Llémena
La casa de mi buen amigo Christian T. Arjona está en uno de los lugares más apacibles y a la vez más espectaculares de Cataluña: el valle del Llémena, que se extiende entre las comarcas del Gironès y La Garrotxa: 184 kilómetros cuadrados de bosques, sierras, arroyos y volcanes. Ahí vamos a pasar este fin de semana otro buen amigo, Antonio López Cañestro, poeta y editor de Hojas de Hierba editorial, que anda de viaje de negocios por Barcelona, y un servidor. Yo ya he disfrutado de la hospitalidad de Christian y Teresa, su encantadora compañera, en otras ocasiones. En mi última visita, conocí a sus gallinas, que ponen unos huevos mayúsculos, y a su tortuga (que un paseante benemérito había rescatado de ser aplastada en la carretera vecina, y que moraba en la plácida musguera que Christian le había acondicionado en el patio), y me bañé en una piscina portátil, con Christian y unas cuantas algas, en ese mismo patio. Nuestra estancia empieza ahora por un tranquilo paseo hasta la cercana iglesia de Sant Esteve de Llémena, un coqueto templo de nave única y teja árabe, en cuya fachada, bajo la imagen de San Esteban en una hornacina abalconada, figura la fecha de 1750 (aunque en otro de los ángulos del templo consta 1623, lo que quizá remita a la existencia de uno barroco anterior). Al pie de la puerta de entrada está enterrado Domingo Blanch, algún preboste local, suponemos, que rindió su espíritu al Altísimo en el año de gracia de 1881, y cuyo nombre no han borrado todavía de la lápida los pasos de los feligreses. El valle nunca ha estado muy poblado. A la iglesia de Sant Esteve se llega, desde el lado del Llémena por el que paseamos, por un bonito puente construido en 1885. El río no lleva mucha agua, como ningún caudal de Cataluña en estos resecos momentos, pero sí la suficiente como para que Tuk, el perro de Christian (gallinas, dos gatos, una tortuga, un chucho y un número indeterminado de reptiles e insectos: su casa es un paraíso animal), un pastor alemán de dos años, cariñosísimo e incansable, se lance al agua, como un clavadista, para perseguir a dos patos que se deslizan, sosegados, por el exiguo cauce, y que, conscientes de su superioridad tanto en el agua como el aire, no se alteran en absoluto por la presencia del can: con mucha dignidad, aceleran el remo y se alejan del pobre Tuk, que se queda mojado y con un palmo de hocico. Los pastores alemanes son una raza muy inteligente, pero Christian me dice que Tuk se tira siempre al agua, nada como un poseso unos metros y ve alejarse fatalmente a los patos. Siempre, sin remedio, sin enmienda. En mi anterior visita, Tuk, de apenas unos meses, se comió uno de los pantalones que había traído. Por suerte, tenía otros. Por lo demás, el perro es feliz en el bosque: corretea de un lado a otro a una velocidad de galgo, husmea troncos, raíces, piedras y matas de todas las hierbas imaginables, se come alguna, levanta la pata y contribuye a la humidificación de la zona, cada vez más necesaria, y, en fin, brinca a nuestro alrededor con la mirada encendida y una lengua tan larga que podrías suicidarte con ella. Ver a Tuk por el Llémena es, pese a su invariable fracaso con los patos, ver la felicidad. Tras el paseíto por el río, nos vamos a comer a Mas el Siubès, un estupendo restaurante a 510 metros de altitud, cerca de la ermita de la Mare de Déu de Bell-lloc, una de las muchas que salpican la comarca. La Iglesia siempre ha sido el consuelo fundamental en estas tierras abruptas y aisladas. El restaurante ocupa una masía de varios siglos de antigüedad, en la que todavía se conserva una inscripción cerámica en francés: Toi qui viens partager notre lumière blonde, salut! Mais, si tu veux la partager longtemps, [ilegible] qu’avec ton coeur, n’apporte rien du monde. [ilegible] ce que disent le gents. Y me llama la atención que esté en francés y tan bien puntuada. En El Siubès, me propino unos canalones de la casa que están para sanar a un accidentado y un guiso de pulpitos con verduras que no se lo saltaría Armand Duplantis, mientras que Christian y Antonio dan cuenta de sendas lasañas de verdura y unas costillas de cordero que, a juzgar por las expresiones de sus caras y el abombamiento de sus panzas, los colman de felicidad. Luego del ágape, nos sentamos en una terraza del establecimiento que mira al valle del Llémena, y desde la que divisamos el santuario de Rocacorba, inverosímilmente situado en la punta de un risco (en Cataluña abundan estos lugares colgados de las rocas; hasta todo un pueblo, Castellfollit de la Roca, pende de un filo imposible), y nos tomamos los cafés mientras charlamos de filosofía y literatura. Satisfechos los cuerpos (verdaderamente satisfechos), complacemos al espíritu con una animada discusión sobre espiritualidad y ciencia. Yo me decanto por la segunda, mientras que Christian y Antonio reivindican la necesidad de abrazar también la primera. Pero la sangre no llega ni puede llegar al río, porque los tres somos amigos y los tres somos inofensivos. Nos gusta alardear dialécticamente, pero nunca nos haríamos daño, ni le haríamos daño a nadie, a sabiendas. En las fotos que le pedimos al dueño del restaurante, un leridano locuaz, que nos tome, nos disponemos los tres, para guardar la simetría, como los hermanos Dalton (aunque ellos eran cuatro), desde el más alto —Antonio, de casi dos metros de altura y que, por sus hechuras, uno diría que ha sido luchador de lucha libre; pero no— al de menos estatura (aunque muy grande en lo moral, artístico y literario), Christian. La noche del sábado —en la que hemos podido saludar a Teresa, que ha llegado tarde a casa tras un duro día de trabajo— soy testigo de un espectáculo insólito. Me levanto a las cuatro de la madrugada para ir al baño y, sentado en el inodoro, aturdido de sueño, veo entrar en la habitación a una de las dos gatas de la casa, presa de un raro frenesí gatuno: se frota una y otra vez contra mis canillas, maúlla, busca la caricia de todo lo recto y liso que encuentra por el cuarto (las patas del toallero, el palo de una escoba, una cañería), se vuelve a frotar contra mis piernas y sigue maullando, y, si intento acariciarle el lomo o la cola erecta, hace el gesto de morderme, aunque no llegue a hacerlo de verdad; y todo ello a la luz de sus pupilas azules muy brillantes, que me miran como miraría un iluminado a un cadáver. Cuando he acabado de hacer lo que se viene a hacer al baño, me levanto y dejo al minino excitado y casi exasperado, y Tuk, que descansa en su rincón del vestíbulo, lo contempla entre amodorrado y sorprendido. Los gatos deben de ser tan incomprensibles para los perros como lo son para los humanos. El domingo reanudamos nuestros paseos por el valle, siguiendo, una vez más, el curso del Llémena. Esta vez nos encontramos a un grupo de lugareños que hacen recuento de los árboles caídos en el lecho del río para pedir a la Agencia Catalana del Agua que lo limpie y evite así un desbordamiento catastrófico, en caso de súbita crecida. Es verdad que desde hace tres años llueve muy poco en Cataluña, pero en Gerona todavía caen trombas importantes de vez en cuando, y hay que ser cuidadoso con el estado de los cauces fluviales y las infraestructuras aledañas. Entre los contadores de árboles caídos, a los tres nos llama la atención una joven de rasgos andinos, bellísima, que es la que lleva el cuaderno con el registro. No habla, solo nos mira, pero basta el mirar de unos ojos verdes que a mí me parecen tan descomunales como los de la gata frenética de la noche para que los tres nos imaginemos con ella una conversación infinita. Tuk nos saca pronto del ensueño: corre como un loco y se tira al agua, con gran estruendo, para cazar a unos patos. Al paseo se ha sumado la otra gata de Christian, que nos sigue a cierta distancia y lo examina todo con curiosa circunspección. Ella no se tira al agua para cazar patos. Vemos grandes campos de cereal, vallados por cercas bajas, electrificadas, que evitan la entrada de jabalíes y perros (Tuk se ha enganchado varias veces en ella, pero ya ha aprendido que de esos cablecitos es mejor mantenerse alejado: el dolor es más educativo que el placer), y una enorme vaca amarilla, tumbada en una finca, haciendo lo que hacen siempre las vacas, nada, y un hermoso grupo de gallinas en el gallinero de un vecino, y muchos perros, grandes, nada de chihuahuas ni yorkshires, zascandileando y oliéndose el culo unos a otros. Por la tarde, nos aventuramos a visitar a Pepe Ribas, el fundador de la legendaria revista Ajoblanco y aún intelectual ejerciente, que vive a unos 60 km de Christian, y también como él: semieremíticamente. Eso quiere decir que, para llegar a su casa, en medio de un bosque, hemos de recorrer varios kilómetros de pista de tierra estrecha, plagada de baches y charcos, y flanqueada por ramas rasposas como garfios, a medio camino de la cual Antonio llega a la conclusión de que es preferible no llegar porque nos hemos dado la vuelta que no llegar porque nos hemos quedado varados en un lodazal, ya casi sin luz. Así que recula como puede y se vuelve por donde hemos venido. La visita a Pepe Ribas —y los calçots que, al parecer, había comprado y que nos íbamos a atizar— tendrán que esperar. Lamento especialmente lo de los calçots. Ya de regreso en casa, leemos poemas. Sí, nos seguimos contando cosas, y discutiendo sobre la energía cósmica (que nunca he entendido muy bien qué es) y la energía humana (que es la que yo defiendo), pero también leemos poemas. Curiosamente, en las reuniones de poetas, y he participado en muchas, no suelen leerse poemas. Christian recita a Atahualpa Yupanqui (qué bueno, qué grande) y unos poemas zen propios; Antonio lee “El mejor poema de amor que puedo escribir por el momento”, de Bukowski, cuyo inicio no puede ser más prometedor: “Escucha, le dije, / ¿por qué no me metes / la lengua en el culo?”, y una emotiva pieza suya de su segundo libro, Hacia una teoría unificada de la derrota; y yo me inclino por los sonetos votivos de Tomás Segovia, sencillamente prodigiosos, el “Poema de un funcionario cansado”, del gran António Ramos Rosa, con el que tan identificado me siento (“¿por qué no me siento orgulloso de haber cumplido con mi deber? / Porque me siento irremediablemente perdido en mi cansancio”), y algunos de los aforismos que he escrito en los últimos meses. Los temas no acaban aquí, claro: Christian nos enseña una primera edición de un libro de Ramón Gómez de la Serna autografiado por el autor, y yo canto las alabanzas de Marco Antonio Montes de Oca, el gran poeta mexicano al que criticaban por la densidad de su literatura y al que su amigo Octavio Paz defendió diciendo: “Criticar a Marco Antonio Montes de Oca por la densidad de su poesía es como criticar a la nieve por ser blanca”, una observación que dice tanto del sentido crítico de Paz como de su sentido de la amistad, ambos admirables. Lo último que leemos en la casa de Christian, o intentamos leer, es el pergamino del siglo XIII que el dueño de la masía tiene enmarcado en una de las paredes, y que se encontró detrás de un tabique cuando reformó el edificio. Como la biblioteca de Barcarrota, en Badajoz, cuyas joyas aparecieron ensartadas por el pico de un albañil que trabajaba en la reconstrucción del inmueble, pero sin contenido literario: debe de tratarse de un documento jurídico, redactado en latín; seguramente, un título de arriendo o propiedad. Pero hay que ser paleógrafo para entender algo. Salvo algunos nombres, el texto es impenetrable. En la carretera, ya de vuelta a Sant Cugat, reparo en que, a la altura de Terrassa, han abierto un Erotic Supermarket. Tendré que visitarlo, me digo.
miércoles, 21 de febrero de 2024
Algunos aforismos (I)
¡Que se calle todo el mundo! Con este ruido no puedo ser.
Cuando gritamos «¡que se calle todo el mundo!», nunca nos consideramos a nosotros mismos incluidos en la orden.